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¿Terapia o acompañamiento?
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       Mi trayectoria de estos años como terapeuta transpersonal me ha ido transformando y abriendo a concebir mis sesiones de un modo muy diferente a como las vivía en un principio.

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       Recuerdo cómo me ilusionaba poder definirme como “terapeuta”, alguien capaz de solucionar problemas de otro alguien, supuestamente menos capaz de ello que yo. Tuvo su sentido todo ese caminar en el que poco a poco, me fui dando cuenta de que arreglar problemas no era en absoluto mi función, pues no me hacía feliz. Enfocarme en lo que “anda mal” en alguien es algo muy penoso y agotador al encerrarme en un espacio muy limitado en el que, además, no se encuentran las soluciones.

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      Comprendí que lo que realmente necesitamos no es solucionar esas cuestiones que parecen atormentarnos, sino descubrir lo que somos, nuestra naturaleza profunda, desde la cual todo se ve de un modo muy distinto.

 

     La puerta para conectar con esa perspectiva está abierta. Empezamos por lo que está aquí, por este sufrimiento inmediato que nos preocupa de verdad: una crisis sentimental, una enfermedad, un estado de ansiedad, una pérdida... Y aprendemos a permitirlo, a vivirlo en el presente, observando profundamente. No son momentos fáciles, nadie nos enseñó a familiarizarnos con las sombras y les tenemos mucho miedo. Nos asustan los nubarrones que ocultan nuestro cielo. Pero podemos contemplarlos juntos y comprobar que no hay nada que temer. Ello nos sitúa en un lugar de descanso, de aceptación natural. Desde ahí, la comprensión se facilita: podemos ver con lucidez y cuestionarnos lo que dábamos por cierto. Podemos observar las nubes  que van y vienen, sabiéndonos la profundidad del Cielo.

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     Nos damos cuenta, finalmente, que ese aparente problema nos ha llevado a un nivel de consciencia mucho más profundo, en el que nos reconocemos como amplitud, comprensión y amor hacia lo que antes nos atormentaba.

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     Lo que surge entonces es puro agradecimiento. La Vida, a través de eso que nos pesa, encuentra el modo de liberarnos de la mayor de las cargas: creernos un pequeño personaje hacedor. Y  nos sitúa en nuestro verdadero espacio, la consciencia abierta que somos.

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     Considero un regalo de la vida la presencia de cada ser humano que, confiadamente, se sienta conmigo para atravesar juntos el velo de lo ilusorio y descansar en la belleza y la amplitud de lo que somos. La vida, a través de lo que surge en ese espacio de encuentro, nos invita a mirar más allá de lo aparente, a sumergirnos en lo real  una y otra vez. Me siento agradecida por  tantas oportunidades de comprender el sufrimiento como la puerta que se nos abre hacia la paz de lo que es.

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      En cada sesión que compartimos estamos siendo constantemente invitados a volver a nuestra fuente, a soltar prejuicios, a dejar de dar vueltas a los problemas y a enamorarnos del ser que nos une, de donde brotan naturalmente todas las soluciones.

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     Por eso, hace tiempo que me resulta extraño identificarme como terapeuta cuando me preguntan a qué me dedico. Si pudiera ser más exacta en mi respuesta, diría que me dedico a encontrarme cada día con el cielo que esconden las nubes, con la luz que brilla tras las sombras, con la infinita claridad que sustenta las minúsculas motas de polvo que a veces llamamos problemas.

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